domingo, 29 de marzo de 2009

22 años


He tenido que esperar 21 años para saber que me gustan los abrazos. Para descubrir que no soy lo que quería cuando era pequeña y para alegrarme, porque no me imagino recién casada y trabajando de peluquera. Y los 21 han sido una buena época, he de decir. Pero, al menos, los dos patitos me hacen compañía.

viernes, 20 de marzo de 2009

El día que yo nací (IV)

Llegó la hora de la comida y llevaron a Consuelo y Marta a planta. Por la huelga sanitaria no se habían dado apenas altas médicas y en el cuarto había dos camas más. La cama la atravesaron a los pies, donde había sitio y a Marta le pusieron en una cuna de los niños que nacen por cesárea, que son más altas que los nidos normales, porque el otro tipo de cunas unidas a la cabecera de la cama estaban ocupadas.

Por la tarde fueron a verles las abuelas y los abuelos, que dejaron de ir al concierto del coro de la Universidad de Salamanca, que actuaba en la Colegiata, para ir a Zamora a conocer a su nueva (y única) nieta. Pedro y Javi, los tíos, eran pequeños para ir a hospitales, pues sólo tenían 11 y 12 años respectivamente. Su hermana Paqui, la futura madrina de Marta, que ya había finalizado la carrera de psicología, estaba con unas amigas en Valladolid y llamó al teléfono más próximo a la casa de su madre, el de Manuela, la vecina de enfrente. Ana, la única hermana de Ricardo, se cogió un autobús desde Salamanca, donde estudiaba, para conocer a su sobrina.

El hermano de Marta, Carlos, con sólo cinco años convenció a sus padres para que su hermana se llamase como la prima de su amigo del colegio, Leandro Marcos, que ahora es torero. A diferencia de Carlos, que nació dormido y continuó explotando su tendencia al sueño durante años, Marta por las noches se despertaba varias veces, pero no daba mucha guerra.

jueves, 12 de marzo de 2009

jueves, 5 de marzo de 2009

De tópicos nocturnos

Se encontraron una noche de fiesta en un bar. A él le gustaba hacer reír a la gente y detestaba la rima de algunas poesías. Ella, que ese día estaba contenta porque estrenaba vestido, tenía como modo de vida caminar por la cuerda.

Él colgó su abrigo en una percha. Ella le dijo que no pensaba robarle y desde aquel preciso momento se cayeron bien. Descubrieron que tenían mucho en común y, hablando de todo un poco, él le preguntó si tenía novio. Ella pensó que iba un poco deprisa y eso no le gustó nada.

En realidad él sólo quería darle un consejo: no vayas nunca a Venecia si no tienes novio. Parece un tópico pero es verdad.

Tan verdad como que esa noche podrían haber contado al alimón todas las estrellas del cielo. O no, quien sabe.

lunes, 2 de marzo de 2009

Cuando se quiere algo que no se puede tener, se corre el peligro de aislarse del mundo y dejar que todos los pensamientos se paren. Sólo se puede pensar en aquello que no se consigue. Y, claro, a la larga esto produce un amargamiento brutal.

Entonces llega el día en el que te das cuenta de que eso no es forma de vivir. Y piensas, no en lo que te falta, sino en lo que tienes. No en lo que fallas, sino en los aciertos. No en lo que podría ser, sino en lo que es.

Y justo en el preciso instante en que comprendes cómo salir del amargamiento parece que el mundo da vueltas alrededor de ti y que aparece de la nada una luz que ilumina tu camino.

Después de todo tengo quien me ayude a recorrerlo. No hay prisa por caminar.