jueves, 21 de junio de 2007

El paraguas de los ojos de rana


Camino por el parque de vuelta a casa. Está empezando a llover y noto como mis rizos se van encrespando. Pienso que me gustaría tener un paraguas a mano, pero recuerdo que siempre que salgo con paraguas acaba brillando el sol. Me cruzo con una niña y su madre y les sonrío. La niña me recuerda a otra niña, a mí, cuando tenía ocho años. Entonces tenía un bonito paraguas amarillo con puntitos de colores ¿o era rojo? Sí, creo que era rojo. Y también tuve otro verde, pero no sé si eso fue antes o después de los ocho años.

Siempre he querido tener un paraguas con ojos como el de esa niña que camina siguiendo a su madre. Un paraguas con ojos de rana, qué preciosidad. Imagino la envidia que podría haber dado a las niñas de mi clase con ese paraguas. Antes no hacían paraguas tan bonitos como los de ahora, antes eran más como de viejas. Por suerte para las niñas de hoy, los paraguas se diseñan pensando en los niños y no en sus padres.

Cruzo el semáforo y me pongo a buscar las llaves de casa en el bolso. Ya casi no llueve, era sólo un aviso más, una mala nube entre todas esas nubes grises que oscurecen el cielo. Llego ya a casa y me miro en el espejo. Efectivamente, mi pelo ha notado esas pocas gotas de lluvia. Entro en la habitación, dejo la mochila a un lado del armario y miro en una de las baldas y ahí esta mi paraguas plegable rojo. Sonrío y miro el paraguas con rencor... por qué siempre te dejo en casa, me pregunto.

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