No sé si será porque echo de menos a mi familia leccessa, ahora que me he quedado un poco huérfana de amigos. Pero, desde que volví, se suceden los días de estar en familia. Otras veces me hubiese molestado, porque yo siempre he sido bastante idependiente y poco familiar. Pero ahora me siento a gusto.
Y, por eso, me pongo mi vestido nuevo con las sandalias de taconazo que estrenaré el sábado y me da un subidón. Me hace mucha ilusión ver a mi tío Pedrito, el pequeño, casado. Sé que para él es sólo un día de fiesta y que está deseando que pase; lo veo agobiado, casi tanto como su novia Gema. Pero también los veo felices y eso me llena de alegría
Porque, además, desde que he vuelto estoy más sensible. Veo a mi primo Rubén y se me cae la baba. Lo cojo con miedo, y eso que sé que con la escayola que le han puesto al pobre es difícil que note algo. En un mes celebraremos su año, aunque yo sólo lo conozco de dos días. Lo vi por foto cuando estaba en la encubadora, rodeado de cables y muy delgadito, pero hasta diciembre no nos presentaron. Le gusta chupar sandía y tirarme del pelo. No le gusta su fisioterapeuta y por eso le pega cuando puede.
Y le gusta estar con mi abuelo y dormir juntos la siesta en el sofá. Se llevan bien. Bueno, mi abuelo Pedro se lleva bien con todo el mundo. Siempre que puede presume de nietos y por eso yo siempre presumo de abuelo.
El día de las carrozas del año pasado nació Rubén después de 3 meses de espera de mi tía en el hospital. Mi abuelo llegó a casa contando lo pequeño que era el niño. Estaba emocionado. Cuando nació el último nieto, Leandro, yo tenía tres años y sólo me acuerdo que miraba a mi tía y aprendía a cambiar los pañales de los bebés con mi Nenuca. Ahora, aunque tarde, espero ver más a mi nuevo primo.
Es que, ahora que soy una persona sensible que va soltando lagrimillas por los rincones, me viene el sentimiento maternal. Ahora soy una persona familiar. Lo que son las cosas...