jueves, 11 de octubre de 2012

El año que conocí a un premio Nobel

King's college choir
Hacía frío o llovía. Quizás las dos cosas. Estábamos tomando un cream tea en Auntie's tea shop y en el último momento nos decidimos. Pasaban 25 minutos de las cinco. Demasiado apuradas. Cuando entramos en los jardines del college, las campanas estaban sonando, como diciendo "llegáis tarde". Móviles apagados, entrando en la iglesia abarrotada de gente y nos para un señor. Nos iba a mandar a la última silla, donde no se ve nada. Nos resignamos: somos unas tardonas. A punto de sentarnos, el hombre lanzó una pregunta: ¿Sois miembros de la Universidad de Cambridge? "Yes, students", le solté. Pasen por aquí, nos dijo. 

Los ojos de María me miraban como diciendo "estás loca" mientras nos sentábamos justo al lado del coro, junto a un señor cabizbajo que esperaba la misa. María y una servidora estábamos sentadas junto a un futuro premio Nobel, solo que ni él ni yo lo sabíamos. Estábamos más preocupadas por que nadie nos hablara y se diera cuenta de que no teníamos nada que ver con la Universidad de Cambridge. ¿Será pecado colarse en misa de cinco y media en el King's College chapel?

Magdalene college's formal hall
Unos meses más tarde, de vuelta en Cambridge sin María, me puse a buscar trabajo. Un día después lo encontré en el Magdalene college. De camarera. Mi trabajo consistía en poner platos en unas mesas alargadas y limpiarlos cuando los estudiantes terminaban. Rellenar jarras de agua, a veces servir el café y poco más. Al principio no entendía mucho, pero ahora sé lo que me piden; algo he mejorado. A veces también servimos a fellows. Son a los que no te conviene manchar: gente importante, profesores, científicos, matemáticos... a veces hasta me da apuro cuando tienes que servirlos. Cuando la cena termina, los fellows se levantan, dan gracias y suben las escaleras hacia otro salón, en el piso superior del college. Así es como un día reconocí al hombre tranquilo que habíamos visto en misa. 

El lunes iba a leer las noticias en La Opinión de Zamora cuando vi su cara junto al titular. Se llama John Gurdon y esta semana le han concedido el Premio Nobel de Medicina, compartido con Shinya Yamanaka. A Gurdon su profesor de ciencias le desanimó a ser científico. Se hizo de letras, pero le picó el gusanillo y acabó pasándose a las ciencias. Ayer volví a ver a Gurdon después de ser galardonado. Sigue teniendo esa mirada perdida, ese aire cabizbajo. Pero parece más feliz. Y yo, también estoy contenta. Nunca hubiera pensado que trabajando de camarera tendría la oportunidad de dar de comer a un premio Nobel.