sábado, 9 de julio de 2011

Chiclayo, la ciudad de la amistad

A Chiclayo la llaman la ciudad de la amistad. No sé si será por la ciudad, pero yo hice amigos. A la llegada al aeropuerto, con dos horas de retraso, me esperaba Janet, la sobrina de Sonia. En la estación de autobús me cogí la última plaza disponible para el viaje de seis horas a Jaén, que, por cierto, hice dormida de principio a fin. Estaba muerta de cansancio y el bus era muy cómodo, con asientos reclinables y todo. Pero lo mejor era que, al comprar el billete, ibas a un mostrador y se quedaban con tu equipaje. Luego ellos lo subían al bus y todo y ya en Jaén ibas con el resguardo y te lo sacaban del bus. Se acabó el darse un golpe con la puerta del maletero del bus.

Janet me invitó a cenar pollo a la brasa, típico de Chiclayo, y me llevó a ver la plaza de armas, que no es más que la plaza mayor de cada ciudad peruana. Luego cenamos en su casa, con sus hijos. La hija era muy maja y el niño no me dejaba en paz para que jugara con él. Parecía que iba a hablar, pero no pronunciaba casi. Tiene un  retraso en el desarrollo. Su madre me explicó que de bebé vivían más cerca de la selva y allí había tenido unas fiebres tan altas que le habían afectado al cerebro. Los médicos dicen que no tiene daño cerebral, pero sí un retraso en el ritmo de aprendizaje. Será un niño normal, pero cuando ya sea un hombre. Pese a todo, Harold, que es como se llama, es un niño cariñoso y muy listo, que aprovecha cada ocasión para robar Coca Cola y papas fritas del plato de su hermana. Después de la cena y antes de volver a coger el bus, Janet ya me avisó de que, en agosto, me manda a su hija a Jaén para que esté con nosotras. Así que ahora tengo amistades en Chiclayo, que tampoco está mal.

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