sábado, 2 de julio de 2011

Días de (24+7=) 31 horas

¿Has tenido alguna vez la sensación de que es el final, de que vas a morir en un accidente de tráfico? Que es algo inevitable, que está ahí y en cuestión de segundos, o de centímetros, se decidirá el darte o no el golpe con el coche. Pues es la sensación que he vivido hoy... unas cuatro veces en diez minutos.

Hoy he cogido mi primer taxi en Lima. El caos por las calles de Nápoles son un juego de niños comparado con el tráfico de Lima. Ponte a coger un taxi: que si regateo, que si me llevas, que si las maletas pa aquí o pa allí... cuando nos hemos decidido llega el taxista y, a mitad de viaje, para a repostar gasolina. ¿Pero qué es esto? Lima está en pleno sábado noche: tráfico y neones. Carteles que anuncian desde un dentista a un restaurante, pasando por un centro de desintoxicación.

Me siento un poco culpable, porque han esperado casi dos horas por mí. El vuelo salió y llegó con una hora de retraso, más aduanas, visados, equipaje... y despedidas. En 12 horas se hacen amigos. A mí me tocó como amigo un niño catalán de siete años que iba a Lima a pasar las vacaciones con sus abuelos. ¡Él solo! Repito: Siete años. Solo. Doce horas de vuelo. Esas mismas horas que me he pasado en modo madre.. ¡Era tan pequeño!

Ahora ya estoy en la cama de la casa de las monjitas de Lima. Cenada, sin sueño y sin haber dormido ni gota en todo el vuelo. Y muy muy cansada.

No hay comentarios: