jueves, 17 de mayo de 2007

Lecce me espera

Lecce, que suena como la leche blanca y en botella, será mi destino en este viaje que inicié hace tiempo. O, por lo menos, un destino de 9 meses (como un embarazo) que, espero, me aporte muchas y muy buenas experiencias. Por lo menos, que aprenda italiano.





Desde que era niña quise volar lejos. Lejos de mis padres, lejos de mi pueblo... lejos de todo. Incluso, en varias ocasiones, le planteé la idea a mi mejor amiga, que se ofreció a venirse conmigo. Seríamos las Telma y Louise de 8 años más valientes del mundo. La idea fue desvaneciéndose cuando se apuntó su prima, que no me caía nada bien. No quise cargar con una cría insolente, así que decidí que era preferible soportar a mis padres hasta que fuera mayor de edad.

Lamentablemente, cuando cumplí los 18, me di cuenta de que éstos no me iban a dejar en paz. Decidí abrazarme con anhelo a la idea de que marcharme a Valladolid me ayudaría a escapar de ellos, pero siguen ahí. Y son una de las cosas que más me atan a este mundo, a mi mundo.

Un nuevo horizonte de esperanzas se abre ante mí. Ayer, un día en el que la sombra de mi amante perdido me perseguía y se metía en mi mente (cómo olvidar lo que no se quiere olvidar), yo llamé a mi amante. Una breve conversación me arrancó la ilusión, que, desgraciadamente, no dura muchas horas últimamente. Necesito un estímulo físico que acompañe al psicológico... necesito un abrazo y un gesto de amor que me haga olvidar esta soledad. Pero no se lo pido a él porque sé que no me lo puede dar.

Tengo que pensar que sólo queda un mes de sufrimiento emocional. Luego llegará el verano y ¡a vivir!... y a trabajar, pero también a vivir, que falta me hace. Quiero pensar que en octubre mis sueños se harán realidad. Me voy a Italia para soñar.